Muchas veces cuestionamos la exigua presencia de heroínas en
nuestro “panteón nacional”. Si bien podríamos aludir a los reducidos espacios
sociales en que la mujer intervenía, a principios del s. XIX, cabría indagar en
razones más profundas para explicar los motivos de una exclusión secular que,
aún hoy, espera ser develada.
Se conoce que al retorno de
Fernando VII (1814), cuando Guayaquil y las principales ciudades de la
Presidencia de Quito veían con malos ojos la vuelta del absolutismo monárquico,
se crearon “sociedades de amigos del país”, logias masónicas y otros espacios
de sociabilidad donde se discutía sobre política y se formulaban proyectos de
mejoras locales. Algunas de estas reuniones no solo eran frecuentadas por
hombres, sino también por mujeres (generalmente, esposas y hermanas de los
contertulios).
En los entretelones previos al 9 de octubre consta la
participación femenina, especialmente en el baile que ofreció en su casa Ana
Garaicoa, esposa de José de Villamil, donde los patriotas ultimaron su plan de
acción. La “fragua de Vulcano” ha sido objeto de representaciones pictóricas
donde aparecen los patriotas, en primer plano,
discutiendo, resolviendo diferencias y trazando estrategias. Pero en ningún
lado aparecen las mujeres que estuvieron “fraguando” la libertad guayaquileña,
aunque es probable que participaran como testigos, ya que ellas prepararon el
encuentro: “comí ese día con la familia, dejando a mi mujer y a mi madre, que
había hecho venir de Nueva Orleans, después de mi casamiento, el cuidado de
arreglarlo todo”, confiesa Villamil cuando narra los pormenores acaecidos el 1º
de octubre de 1820.
Una de las fuentes donde se puede seguir el rastro a las representaciones
de la “mujer patriota”, a la vez madre, esposa y militante, son las necrologías
que publicó la prensa guayaquileña en el siglo XIX, que nos ayudan a corroborar
la presencia de esa mentalidad dominante. Veamos tres de ellas: la señora Juana
Garaicoa Llaguno viuda de Camba murió en 1834 a los 60 años y legó a la
posteridad una imagen de modesta y practicante “de todas las virtudes
cristianas”, enunciación que se imprimió en el epitafio: “La dulzura de su
carácter, su humildad, su piedad, su caridad, su ternura maternal solo pueden
compararse al dolor de sus desgraciados hijos, que ni esperan ni quieren en la
tierra más consuelo que vivir siempre inconsolables”. Ana Garaicoa de Villamil,
quien como vimos fue pieza clave en la “fragua de Vulcano”, era considerada un
“ejemplo de las madres” y “modelo de las esposas”,mientras que Francisca Gorrichátegui
de Lavayen, pariente de las anteriores y también afecta a la causa
revolucionaria, fue reconocida como “buena esposa, madre tierna y amiga
incomparable”.
En los casos anteriores nos acercamos al perfil de la “mujer
patriota”, pues se tratan de madres, esposas y hermanas de personajes ligados a
las transformaciones sociopolíticas de entonces. Más allá de la activa
participación que tuvieron algunas mujeres de la élite guayaquileña durante las
guerras de independencia, la medida de su patriotismo dependía, en ocasiones,
de las actitudes “varoniles” que ellas demostraban. Así, Francisca
Gorrichátegui de Lavayen no sólo fue una buena esposa: su necrología también
destaca el “patriotismo con que se distinguió durante su vida, y los varoniles
esfuerzos con que ilustró su sexo”.3
Similar
ejemplo tenemos en las menciones que hacen autores como Francisco Campos y
Manuel J. Calle, a destacadas patriotas quiteñas como Manuela Cañizares, quien
recibió el seudónimo de “mujer fuerte”, “tanto por el influjo que ejercía sobre
los principales corifeos, especialmente con Quiroga, como por la serenidad de
su ánimo, y por el varonil esfuerzo con que animaba a la empresa a los que
manifestaban algún temor o desconfianza”; y Manuelita Sáenz, a quien “el
tuerto” Calle la definió como “mujer de grande ánimo y varonil resolución”.
Las
guayaquileñas se involucraron decididamente en las luchas independentistas
organizando reuniones conspirativas, elaborando materiales para la soldadesca e
incluso, contribuyendo con su peculio a la tarea libertadora, como Josefa
Rocafuerte de Lamar, hermana de Vicente Rocafuerte, que hizo un donativo de 500
pesos “para los fondos destinados a la campaña de Perú”.
1 La “señorita Villamil” era hija de la
pareja anteriormente aludida: José de Villamil y Ana Garaicoa Llaguno, y
pertenecía a una extensa familia de “patriotas”, muy cercana a Bolívar por
razones de amistad. Una de ellas, Joaquina Garaicoa Llaguno, se carteaba con el
Libertador, quien cariñosamente le llamaba “la Gloriosa”.
2 El Colombiano del Guayas, Guayaquil, 11 de febrero de 1830.
2 El Colombiano del Guayas, Guayaquil, 11 de febrero de 1830.